sábado, 9 de mayo de 2015

Dieabetes - Elba Zeballos y su colección: “El jardín y los cactus son mi terapia intensiva”

Dieabetes - Elba Zeballos y su colección: “El jardín y los cactus son mi terapia intensiva”
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Diálogo abierto. Una intensa y larga relación con la naturaleza y las plantas, que comenzó en la niñez y continúa cotidianamente con la misma dedicación y admiración. Una historia para disfrutar. 

Las cactáceas –una familia de plantas suculentas y, en gran mayoría, espinosas, conocidas como cactus– han cobrado en los últimos años –tal como lo evidencia su muestra en exposiciones, ferias y comercios– un renovado valor desde el punto de vista estético y como piezas de intercambio, contra la “mala prensa” que supo adjudicarle la cultural popular.

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Elba Zeballos tiene en Paraná una colección  de considerable antigüedad y una diversidad que atrapa por sus detalles y particularidades.

Padre, huerta y jardín

—¿Dónde nació?—En Caseros –Buenos Aires– donde viví con idas y vueltas, porque mi papá era militar, así que lo trasladaban.—¿Cómo era el lugar en su infancia?—Estuve hasta los 12 años. Era un típico barrio bonaerense como el de 3 de Febrero y Santos Lugares, casas bajas, se podía jugar y se hacía la vida social en la calle. Eran chalecitos –a tres cuadras de la avenida principal y cuatro de la estación.—¿Un lugar particular?—El Club Sportivo Urquiza -del cual mi abuelo fue presidente muchos años– porque concurría la familia a los partidos, bailes y a las famosas murgas. También la calle porque era lo que más se vivenciaba. Salíamos de la escuela y nos juntábamos a jugar a las figuritas, a las bolitas y andábamos en bicicleta.

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—¿Otros juegos?—Los comunes de antes: la escondida y la mancha.—¿Su mamá?—Ama de casa, en esa época todavía alcanzaba con el sueldo de uno, se criaban bien los hijos y vivíamos bien –aunque no sobraba nada.—¿Desarrolló alguna afición durante bastante tiempo?—En la infancia y la adolescencia me inclinaba por lo artístico, danza, guitarra y dibujo, pero nunca prosperaron. No se lo veía como algo que en el futuro fuera destacable. En la escuela zafaba de las materias porque pasaba al pizarrón y dibujaba mapas, el cabildo, la casita de Tucumán e incluso era muy atrevida y también a San Martín y Belgrano. Mi carrera en las artes comenzó cuando ya estaba casada y decidí inscribirme en la Escuela de Artes –de Paraná. La relación con la naturaleza me viene de la infancia porque compartí y aprendí mucho con mi papá.—¿En qué sentido?—Le gustaba mucho, y hacíamos huerta y jardín en un espacio no muy grande –cuando vinimos a Paraná. Había un caminito central, de un lado estaban los canteros con verduras, y del otro lado, frutales y flores. Siempre me gustó.—¿Dónde más vivió?—Un tiempo en Santo Tomé cuando era chica, volvimos a Buenos Aires y luego a Paraná –donde fue definitivo.—¿Sufrió el desarraigo?—No, nunca, aunque extrañé mucho a un compañerito de juegos –vecino– de Santo Tomé. No extrañé Buenos Aires porque mi mamá es de allí e íbamos continuamente. Una vez por mes viajábamos o nos visitaban.—¿Contraste entre Caseros y Santo Tomé?—Era muy chica. Caseros era barrio-barrio pero no recuerdo un contraste en particular. Cuando vine a Paraná sentí la diferencia por cuestiones cotidianas, como por ejemplo los cortes de carne que no conocían. Pedía un kilo de carnaza y nadie entendía, al igual que un “atado de verdurita”. En mi adolescencia Paraná fue una ciudad fantástica porque vivía con mucha libertad y la recorría entera, caminando. Vivía en calle Feliciano e iba hasta el parque –casi todos los días– porque éramos socios del Club Estudiantes. Era una ciudad muy amigable y amorosa, en todos los sentidos.
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—¿Mantuvo la afición por el dibujo?—Sí… no con demasiada dedicación –ni me destacaba– pero siempre tenía algún motivo para dibujar.—¿Vocación?—Hablábamos de que sería abogada u odontóloga.—¿Por mandato familiar?—Me gustaba ser mediadora en los conflictos y defender algún pobre y desamparado, entonces decían que sería abogada. Y no sé por qué motivo me gustaba la odontología.—¿Materias que le atraían? Diabetes Menu—Historia y Geografía –Matemáticas no– y la escritura.—¿Buena alumna?—No, regular.—¿Cuándo asistió a la escuela de arte?—Después de que tuve a mis hijos, porque nos habíamos dedicado a construir esta casa –que tenía mucho terreno. Hice el diseño y la hicimos así.—¿Cómo era la zona por entonces (calle Montevideo)?—Calles de adoquines y casas de puertas abiertas –incluso hasta que mis hijos tuvieron 8 años jugaban en la vereda con los autitos.—¿Se dedicó a algo que tuviera que ver con la naturaleza?—En Santo Tomé también tuvimos gallinero, plantas y flores, y yo estaba en el medio. Me gusta y lo disfruto.La señora del DJ—¿Dónde lo conoció a Luis (Corujo)?—Acá, en Paraná.—¿En un boliche?—En un cumpleaños de 15 de una amiga nació una amistad que duró cuatro o cinco años –hasta que formamos pareja.—¿Cómo se acostumbró al ritmo de vida propio de un disc-jockey?—¡Iii…! (Suspira profundamente) Con mucho esfuerzo… a lo mejor no es la palabra… capricho, en el sentido de decir “lo voy a hacer y lo voy a hacer”, mal que le pese a los demás. Tuvimos muchos conflictos pero bueno… es tener el tesón para hacer lo que se quiere hacer y hacerlo. Me costó sacrificio aunque hoy lo analizo más fríamente. Tenía los chicos chiquitos, tenía que trabajar con algún dibujo o pintura, eran las tres o cinco de la mañana y al otro día tenía que levantarme igual. Dormía un par de horas y había que llevar la casa adelante. Fueron etapas bravas pero no me arrepiento.—¿Disfrutaba de una salida especial?—Al principio yo trabajaba a la par de él –incluso llegué a ser disc-jockey sola– porque surgían tres o cuatro fiestas. Cuando se es joven todo se disfruta, la música, las compañías… pero no era algo por lo que me desviviera.—¿Aprendió el oficio de él?—Aprendimos juntos porque estábamos continuamente con eso. Era más difícil que ahora por las bandejas, a veces teníamos una sola y se hacían unos silencios eteeernos entre un tema y otro.—¿Trabajaron juntos?—No, aunque sí lo acompañaba, estaba un rato y le hacía de plomo. Cuando tuvimos el primer autito buscaba a los chicos que habían trabajado en otras fiestas, enrollaba cables, cargaba y descargaba, íbamos a otra fiesta… mientras que mis hijos dormían.—¿Entendía la pasión de él por su oficio?—El problema fueron las consecuencias y conflictos muy graves que llevó mucho tiempo para superarlos –no el trabajo en sí. Lo que afectó a la familia fue que no pudimos sostener en el tiempo un grupo de amigos, porque el trabajo nos obligaba a estar ausentes los fines de semana –que es cuando los grupos se juntan.Escuela y maestros —¿Cómo fue su paso por la Escuela de Arte?—Espectacular, me encantó, era como estar en mi ambiente. Había grandes artistas y me di cuenta que no sabía nada. Tuve la suerte de tener profesores como Celia Schneider, Gloria Montoya, Jorge Plana Diaver –de Santa Fe–, Víctor Grillo, Amanda Mayor…—¿Para qué le sirvió?—Todo lo académico –cuando uno se cree que es un artista– puede llegar a molestar por “la falta de libertad”, pero aprender técnicas y taller al lado de artistas que saben de lo que hablan, es un crecimiento enorme. Te da las herramientas aunque es un continuo aprender. Hice el profesorado de Cerámica, el de Pintura y luego la licenciatura en la especialidad Pintura. Antes de terminar no pensaba ser docente, pero lo fui hasta que me jubilé. En pintura participé en algunos concursos y en el salón de Entre Ríos –hasta que me disgusté mucho por los manejos– y estuve en un grupo de muralistas de Amanda Mayor.—¿Claves que observó en estos maestros?—Decían dos o tres palabras y entendías todo; en el quehacer –sin decir mucho– te mostraban dónde están los errores y el camino. Por sobre todo, su humildad es el recuerdo que llevo de ellos.—¿Ha logrado plenitud a través de lo expresado con la pintura?—Nunca se logra, se termina una obra y mejor no verla más porque siempre se le encuentra algo. La satisfacción está en el hacer.—¿Pinta actualmente?—Hace un tiempo que no.    En el camino—¿Cómo se relacionó con los cactus?—El primero que tuve fue uno que vi en la ruta, paramos y me espiné toda. Debe haber sido aquel grande (lo señala) que he ido podando. Comencé a juntar y cada vez que iba a un lado, miraba si había alguno que me gustaba. Aprendí con prueba y error –alguna revista– en cuanto al sol y el agua que necesitan.—¿Dónde encontró el primero?—En Entre Ríos… en alguna ruta. Anteriormente ya vivía dedicándome a las plantas. Alguna gente me decía. “¿Tenés un cactus? ¡No! ¡Las plantas con espinas traen mala suerte!” A mí no me traen ninguna mala suerte porque me gustan. Tampoco sabía que hay muchas asociaciones que se dedican a la búsqueda e intercambio y que tienen más de 30 años. Hay algunos que tienen el nombre de personas que los descubrieron o crearon –como por ejemplo Ferrari.—¿Qué le atraía?—Las plantas no nos necesitan para nada y si no estuviéramos sería mejor porque no seríamos depredadores –lo mismo que con los animales. Solamente te dan satisfacciones y te devuelven la sorpresa de una flor o un hijuelo. No he reproducido por semillas pero hay muchísima gente que lo hace. Es más especializado y hay que dedicarle más tiempo.—¿Es complicado?—No. Se utiliza para obtener mucha cantidad de una especie y comercializarla, ya que a partir de un fruto tenés cientos de semillas. No me interesa.—¿En el otro caso se hace a partir de un gajo?—Claro, en algunos casos podés hacer una planta –incluso hasta 15– a partir de una parte cortada, con un cuidado especial: hay que dejarla secar para que no se abiche y preparar la tierra. —¿Qué otro ejemplar le llamó tanto la atención como el primero?—Te impactan por el gran tamaño, porque son diferentes, como la Monstruosa, que es abigarrado y parece “terrible”. Cada uno tiene su particularidad y es bello por sí mismo; los quiero a todos. Lo que es maravilloso es ver la floración. En algunos comienza en noviembre y se ponen enteramente blancos, con cientos y cientos de flores, florecen cinco a seis veces, en pocos meses. Las flores son maravillosas y algunas son muy aromáticas y agradables.—¿Todos tienen flor?—Sí, todos. Hay una gran variedad de, por ejemplo, Corona de Cristo –una suculenta cactácea con espinas–: amarillas, rosadas, rojas, hoja grande y chiquita.—¿De dónde ha traído?—De todas partes donde hemos tenido la suerte de viajar –Salta, Jujuy, Córdoba, Mendoza– y por intercambio –por ejemplo de San Luis. De Entre Ríos –donde hay mucha variedad– tengo unos chiquitos con una flor amarilla, y muchos son de acá.—¿Tiene alguno exótico?—No sé. Hoy en día se ha extendido tanto la costumbre de tener cactus, que son bastante comunes. Exótico sería traerlo de México o Estados Unidos, pero ya se están comercializando y cultivando acá. Lo exótico es por el clima, sobre lo cual hay que tener determinados cuidados, pero una vez que se desarrollan, no sé si se puede hablar de exótico.—¿Rarezas y particularidades?—Cada uno las tiene: están los que son casi colgantes, los que demoran más de 50 o 60 años en crecer… los que vemos en Salta y Jujuy –típicos por los “bracitos”– tienen entre 300 y 500 años. Traje uno -con autorización– que en esta zona ha crecido más rápido y que tenía más de 35 años. Hay rastreros, que cubren todo el piso y tienen una flor muy linda. En cuanto a las espinas, no todas son iguales y varían en color y curvatura.Alma de coleccionista—¿Cuándo se consideró una coleccionista?—No me doy cuenta si soy una coleccionista porque para mí es natural. Todos tenemos un alma de coleccionista de algo. No es que esté buscando determinada especie o me compre todo lo que vea.—¿Buscó alguno durante mucho tiempo?—Mi hijo me regaló uno que no tenía y siempre lo quise.—¿Los de tamaño muy pequeño son bonsai?—No, son así. Algunos tienen flores violetas y amarillas que superan su tamaño o una corona de flores chiquititas de color púrpura. Aquél (lo señala) era tan grande que se cayó. Los chiquitos son algunos hijuelos que los tengo en macetitas hasta que crezcan. Hago muchos porque regalo.—¿Cuántas especies tiene?—¡Ah, no tengo idea, aunque te parezca mentira, nunca las conté! Tiene que haber cientos.—¿Los más raros?—Los que tienen esa forma de palmas son de la familia de las opuntias. Hay algunos cuya madera del tronco se utiliza en el norte para construcción de viviendas. Estoy reordenando el espacio y tengo la intención de hacer cartelitos con sus nombres.—¿Se informa por Internet?—No, muy cada tanto compro algunas revistas para información.—¿Qué le recomendaría a quien quiere comenzar a coleccionar?—Hoy es fácil. En la última feria de Semana Santa había muchos puestos de Buenos Aires, Santa Fe y Entre Ríos con muchas plantas. Se puede acercar a la feria de calle Salta y comenzar por cualquiera, sin importar si es chiquito o grande.—Hay gente con prejuicios en torno a estas plantas.—Como también hacia otras plantas –como las hortensias. Las plantas se tienen que matar de risa de la estupidez humana. Mis nietos se criaron acá y jamás hubo un accidente.—¿Qué es lo que le atrae particularmente?—La naturaleza es fantástica, hay formas sorprendentes, uno tira una parte de la planta, se reproduce, hace raíces y toma una forma escultórica espectacular. 
¡Cómo no te vas a sorprender!
—¿Alguno predilecto?—Uno de la familia de los ágaves que tiene que ver con mi infancia y que tenía mi abuelo materno en Capilla del Monte. Viven entre 100 y 140 años pero una vez que saca la vara de flor, cuando termina la floración, se muerte.—¿El más antiguo?—Uno que creció tanto que lo tuve que cortar un poco y que tiene entre 35 y 40 años.Enemigos y cuidados—¿Cuál es el peor enemigo?—El exceso de agua y las épocas de mucha lluvia son fatales. También hay ciertas cochinillas y pulgones; algunos los he salvado lavándolos con jabón blanco neutro y cepillo.—Mucha gente piensa que no demandan cuidado.—En mi caso hay una hierba que comenzó a reproducirse mucho y estoy limpiando porque se descontrola, pero hace muchos años que no toco este lugar –que ahora estoy organizando mejor. Tengo una especie muy linda que se enfermó, tal vez porque la tierra está empobrecida.—¿Requieren riego?—Sí, obviamente, si hay una época de sequía. En verano hay que proveerlos de una humedad moderada –cada 15 días– o si están muy secos, una refrescada por semana. Algunos requieren sombra. 

Origen,  características   y evolución

Las cactáceas son una familia de plantas suculentas y –en gran mayoría– espinosas, conocidas como cactus. Es originaria de América, sin embargo hay una excepción, rhipsalis baccifera –extendida en África tropical, Madagascar y Ceilán. Se cree que la colonización del Viejo Mundo por esta especie es reciente –unos cientos de años– probablemente transportada en el tracto digestivo de pájaros migratorios en semillas o, según otra teoría, en plantas adheridas a troncos impulsados por el mar. Otras especies de cactáceas se naturalizaron –en condiciones similares a las de su hábitat– en otras partes del mundo introducidas por el hombre. El mejor ejemplo es quizás opuntia ficus-indica, plenamente integrada en la zona mediterránea e introducida por sus frutos comestibles.

Muchas suculentas tienen una notable semejanza con los cactus y, a menudo, son así llamadas en lenguaje corriente. Se debe a la evolución paralela ya que ninguna de ellas está estrechamente emparentada con las cactáceas.

La característica identificativa más clara de los cactus es la areola, una estructura especializada de donde surgen las espinas, los vástagos nuevos y, en muchas ocasiones, las flores.

Las cactáceas evolucionaron entre 30 y 40 millones de años atrás. El continente americano estaba unido a los demás, pero se fue separando progresivamente por la deriva continental. Las especies endémicas del Nuevo Mundo debieron desarrollarse después de esta separación; el distanciamiento significativo se alcanzó en los últimos 50 millones de años. Esto podría explicar la inexistencia de cactus endémicos en África: estos evolucionaron en América cuando los continentes ya se habían separado.

Investigación actual de las propiedades para la salud

Culturas milenarias como las de China e India y distintos países  profundizan en sus aplicaciones

Numerosos estudios acerca de las propiedades benéficas para la salud de los productos de cactus y la historia de sus usos tradicionales fueron relevados por un grupo de investigación de la Universidad Nacional de Santiago del Estero. El análisis informa que tanto las frutas de los cactus como las infusiones de sus flores se emplearon tradicionalmente en la medicina popular para el tratamiento de úlceras, alergias, fatiga, reumatismo y para aliviar la resaca alcohólica, entre otros.

Igualmente están demostradas sus propiedades reductoras de colesterol y obesidad, su acción preventiva en diabetes y están estudiándose sus capacidades de evitar el cáncer.

El grupo de investigación está a cargo de la doctora Mónica Nazareno – profesora de la Facultad de Agronomía y Agroindustrias de la UNSE e investigadora del Conicet– y lleva a cabo un estudio exhaustivo sobre las sustancias bioactivas presentes en alimentos, pigmentos de origen natural, vitaminas y antioxidantes. En este marco, se desarrolló una revisión bibliográfica sobre las propiedades y usos medicinales de los cactus.

Los cactus fueron ignorados por el mundo científico hasta comienzos de la década de 1980, cuando ocurrió una multiplicación de investigaciones, congresos y simposios que dio como resultado un gran número de publicaciones. Este renovado interés se debe en parte a la multifuncionalidad de sus frutas, cladodios y flores. Datos recientes revelaron que poseen un alto contenido de fotoquímicos –sustancias presentes en las plantas con comprobados beneficios para la salud– que les otorgan un valor agregado a los productos de cactus.

Es reconocido para el tratamiento de la diabetes, en Italia las flores se usan para lograr un efecto diurético y en Israel descubrieron que las flores secas pueden ser usadas para tratar problemas prostáticos.

En cuanto a la diabetes, experimentos llevados a cabo en pacientes con diabetes mellitus –no insulinodependientes– confirmaron los efectos hipoglucemiantes y se ha constatado que un consumo diario de 250 gramos de pulpa de fruta reduce el riesgo de trombosis en pacientes que sufren hiperlipidemia y diabetes. Los efectos antihiperlipidémicos fueron atribuidos a la acción de pectinas de la pulpa de las frutas.

La acción antioxidante es uno de los numerosos mecanismos por los que los productos derivados de los cactus ejercen efectos benéficos. La dieta con frutas de opuntia disminuye el estrés en humanos ya que actúa en la disminución del daño oxidativo de los lípidos, mejorando el estado antioxidante general.

Los extractos de las frutas poseen acciones analgésicas y antiinflamatorias, y se logró la reducción de lesiones gástricas en ratas por el uso de polvos extraídos del tallo y las frutas. En contraposición a lo que ocurre con antiinflamatorios no esteroidales, no se notaron efectos adversos por la acción de estos productos naturales.

Otros estudios recientes sugieren que los extractos de frutas inhiben la proliferación de líneas celulares cancerosas de cuello uterino, ovario y vejiga, y suprimen el crecimiento en modelos in vivo de tumores ováricos en ratones. En base a estos estudios se deduce que los extractos podrían ser buenos candidatos para la prevención de cáncer tanto para la población normal como la de alto riesgo y para la prevención de la recurrencia en pacientes con cáncer previo pudiendo aplicarse en tratamientos de largo término dada la inocuidad de estos extractos.

Brasil es un paraíso para el aficionado a los cactus: allí está la que llaman Flor de Baile –Cactus grandiflorus– que tiene propiedades medicinales y está incluida en la farmacopea de muchos países. Su jugo contiene el alcaloide cactina, varios glucósidos y grasa. Tiene propiedades antirreumáticas, antihelmínticas –cura los parásitos intestinales–, es hidragogo y emenagogo, y combate muchas alteraciones nerviosas y es específico contra la angina de pecho.

Está demostrado que la cactina es un excelente tónico cardíaco que puede sustituir a la estrofantina y a la digitalina cuando estas no actúan. No ofrece peligros de acumulación y se elimina sin alterar el estómago. Es originaria de las Antillas –Cuba, Santo Domingo, y Jamaica– donde la llaman Reina de la noche.

Tradicionalmente, los cactus se utilizaron para el tratamiento de gastritis, fatiga y daño hepático por abuso de alcohol, tos, quemaduras y asma tanto en México como en China y la India.

Los dos más usados para fines alimenticios y medicinales son la pitaya y el nopal. Este es muy apreciado para el tratamiento de la constipación y actúa como un laxante natural, además de fortalecer la inmunidad del cuerpo, reducir y prevenir la inflamación de los músculos, reducir los niveles de colesterol, y estabilizar los niveles de glucosa e insulina.

Se puede aplicar por vía tópica para curar heridas, raspaduras y picaduras de insectos.