Indignación sobre caso clinico de diabetes
Soy
partidario de que las noticias sobre avances médicos se manejen con una
precaución extrema. Cuando se trata de otras materias, como
la física, poco importa si todos los medios del mundo cacarean que se ha descubierto el primer llanto del nacimiento del
universo, aunque luego el globo se pinche y el hallazgo quede en simple polvo.
Pero quien ha trabajado en la sección de ciencia o salud de un periódico sabe
que una noticia sobre un avance radical en el tratamiento de una enfermedad hoy
incurable, cuando el titular exagera los términos, puede suscitar una llamada
de teléfono de alguien que pregunta a dónde puede acudir mañana a primera hora
para que curen a su hijo o hija. Y no hay nada más desolador que explicar a
esta persona que, en realidad, si se sortean mil obstáculos, se solventan otros
tantos bretes técnicos y todo funciona a la perfección cumpliendo la más
optimista de las previsiones, es posible que la cura esté disponible dentro de
varios años.
Rectifico; sí
hay algo más desolador: la frustración de quien llama. Porque
en muchos casos, su hijo o hija no vivirá varios años.
Portada del diario británico The Times del
viernes 10 de octubre de 2014.
Es por eso que me ha indignado
profundamente la portada que hoy viernes 10 de octubre publica el diario
británico The Times y que, según me cuenta una querida amiga y
compañera, está corriendo por las redes sociales como una peligrosa infección
entre personas que padecen o tienen cerca a alguien que padece tipos de diabetes. La portada en cuestión, ya lo ven en la
imagen, dice “Diabetes: a cure at last“, o “Diabetes: al fin una cura”. Para
mayor escarnio, el gran titular aparece bajo una foto de tres personas felices
como si hubieran sido curadas de la enfermedad, cuando en realidad la imagen
corresponde a una noticia política y muestra a un votante haciéndose un selfie junto
a dos candidatos del partido de la derecha populista británica UKIP.
No.
Desgraciadamente no hay una cura para la diabetes, lo diga el Times o
el Don Miki. Hay, no cabe duda, un importante logro
técnico (más abajo explicaré esta definición) que, si se sortean mil
obstáculos, se solventan otros tantos bretes técnicos y todo funciona a la
perfección cumpliendo la más optimista de las previsiones, es posible que
ofrezca una cura dentro de varios años.
Estamos de
acuerdo; incluso algo es mejor que nade. La buena
noticia es que este algo no es el único algo. Pero la mala es que otros algos
similares finalmente han quedado en grandes nadas.
Ahí va la historia: Douglas Melton tiene
61 años, un hijo con diagnostico diabetes desde que era un bebé, y una hija con la misma
enfermedad desde los 14 años. Ambos son ahora veinteañeros. Pero a diferencia
de otros padres con hijos enfermos, Melton tiene algo más: un doctorado en
biología molecular, una cátedra en la Universidad de Harvard y, lo que es más
importante, un laboratorio de investigación en el Instituto Médico Howard
Hugues, uno de los mejores del mundo. Melton tiene una misión en la vida, encontrar una cura para la dolencia
de sus hijos. Y para un científico, no hay estímulo más poderoso que este.
Melton lleva
un par de décadas dedicado a investigar la diabetes, y en los últimos años sus
estudios se han centrado en las células madre. Por recordar
someramente los conceptos básicos, estas células son como discos vírgenes que
posteriormente se convertirán en álbumes de Metallica, Camela o Chayanne. En el
caso de las células, en músculo, cerebro, hígado o lo que sea. Supongamos que,
además de fabricar discos vírgenes, otra manera de obtener estos fuera borrar
discos de Chayanne o Camela y devolverlos a su estado sin pecado original para
grabarlos de nuevo con, por ejemplo, U2. Aplicado a la biología, estos discos
revirgados se llaman células madre pluripotentes inducidas, o iPS por sus
siglas en inglés. En cuanto a los discos vírgenes recién salidos de fábrica, se
llaman células madres embrionarias, o ES. Las células iPS no son tan
perfectamente vírgenes como las ES, y siempre es posible que entre tema y tema
de U2 se escuche un gorgorito de Chayanne. Pero las ES, al extraerse de falsos
embriones específicamente construidos para ese fin, cuentan con impedimentos
legales en ciertos países, por lo que la investigación en los últimos años se
ha inclinado hacia el uso de las iPS, que pueden obtenerse, por ejemplo, de la
piel.
La investigación con células madre
trata de crear tipos celulares que fallan en pacientes de ciertas enfermedades,
con el fin de trasplantárselas y compensar así su defecto. En el caso de la
diabetes mellitus tipo 1, el sistema inmunitario del paciente destruye sus células beta
pancreáticas (ignoro cómo colocar la letra griega en este texto), las
responsables de producir insulina para regular el nivel de glucosa en el
organismo. Esto no ocurre en la diabetes mellitus tipo 2, que suele surgir por causas
ligadas a la obesidad y una dieta inadecuada. Varios equipos de investigación han intentado producir células beta a
partir de células madre, pero siempre surge alguno de esos bretes u obstáculos
técnicos.
Por fin,
después de años de pruebas y errores, Melton y sus colaboradores han logrado
generar células beta a partir de células madre humanas, trasplantarlas en
ratones y que produzcan insulina, todo ello
con un protocolo que funciona tanto con células ES como iPS. Los resultados se han publicado esta semana en la
revista Cell. El propio Melton, con la humildad que
caracteriza a los buenos científicos, se ha apresurado a precisar que lo suyo
no es un descubrimiento, sino biología del desarrollo aplicada. No es falsa
modestia; en efecto, lo que Melton ha logrado es una mejora técnica de los
protocolos. El suyo funciona y es reproducible, pero para ello ha sido
necesario introducir tal complejidad que su uso general y estandarizado parece
muy lejano: la preparación de las células requiere cinco medios de cultivo
diferentes, 11 factores moleculares y un proceso de 35 días perfectamente
pautado y cronometrado, lo que supone un coste elevadísimo.
Imagen al microscopio de células beta
pancreáticas humanas que han formado una isleta tras su trasplante a un ratón y
están produciendo insulina. Foto de Douglas Melton.
Pero sobre todo resta un colosal
obstáculo por delante: el rechazo inmunitario; el mismo con el que se topan
todos los trasplantes, incluidos los de células beta de donantes que llevan
años realizándose con el llamado protocolo Edmonton. El caso de los diabéticos
de tipo 1 es aún más complejo, ya que su organismo no solo rechaza los tejidos
ajenos, sino también las células beta propia, incluyendo las generadas a partir
de sus células madre. Los experimentos de Melton se han llevado a cabo en
ratones inmunodeficientes, habitualmente utilizados como modelo animal para
experimentos con células humanas.Pero
traspasar el método a los pacientes requeriría inmunosupresión. Para
evitarlo, Melton ensaya un ingenioso procedimiento que ya se ha aplicado en
otros experimentos: encapsular las células en una especie de huevos porosos que
dejan pasar la glucosa (hacia dentro) y la insulina (hacia fuera), pero que
protegen el implante del ataque del sistema inmunitario.
De hecho, y
dado que los ensayos en humanos del protocolo de Melton no comenzarán hasta
dentro de dos o tres años, otros intentos están ahora más cerca de ese soñado
horizonte terapéutico. En septiembre, la Universidad de California en San
Diego y la empresa ViaCyte han lanzado el primer ensayo clínico para
tratar la diabetes con células madre. En este caso se trata de trasplantar a
los enfermos precursores inmaduros de células beta que completan su ciclo y
adquieren su funcionalidad varias semanas después del injerto.
Conviene
subrayar que el experimento de Melton no es ni mucho menos el primero que
consigue curar la diabetes en ratones o ratas, aunque en
ocasiones anteriores el Times no haya dado la enfermedad por
eliminada. Esto se ha logrado por varios métodos, algunos farmacológicos, otros
empleando células madre (en algunos casos actuando no sobre las células beta,
sino sobre el sistema inmunitario para bloquear su ataque) o incluso mediante
terapia génica, que trata de restaurar la producción de insulina introduciendo
el gen responsable de fabricarla. Algunos de estos intentos progresan hacia los
humanos y otros fracasan en el salto de especie, pero lo cierto es que el
asedio a la enfermedad sigue en marcha. El último abordaje simple y a la vez
ingenioso se ha publicado también esta semana: un equipo del Instituto
Tecnológico de Massachusetts ha inventado una cápsula cuya
envoltura externa se disuelve en el estómago, poniendo al descubierto una serie
de microagujas que inyectan lentamente la insulina sin causar dolor ni daño en
los tejidos. Los ensayos con cerdos han revelado que el sistema regula la
glucosa en sangre de forma más eficaz que las inyecciones. No es una cura, pero
al menos lograría que el paciente dejara de inyectarse y tuviera que someterse
tan solo al seguimiento periódico.