Que es Diabetes mellitus: enemiga, silenciosa, cruel
Las
cifras de la Organización
Mundial de la Salud refieren que 370 millones de personas, en
el año 2030, padecerán de diabetes mellitus en todo el mundo; una dolencia que, aseguran , se conocía antes de
la Era Cristiana.
Datos
de susto en un planeta en el que obesidad y sedentarismo parecen ir
entronizándose por malos hábitos y también, de algún modo, gracias al
empuje de las tecnologías y su arraigo desmedido en la cotidianidad.
En
Las Tunas,
provincia cubana de más de 500 mil habitantes, el incremento de la dolencia, si
bien no constituye la principal afección de salud, sí ha mostrado
un alza que exige seguimiento constante y control sistemático de
los entendidos.
Pienso
en eso y recuerdo inevitablemente a Jessica, la hermosa y soñadora
adolescente de quince años que he visto, más de una vez, con el rostro caído:
“está cerca la hora, ya casi le toca la inyección con insulina” y aunque
aprendió desde hace mucho a ponérsela sola, no importa, es difícil igual, como
el primer día.
Evoco
igual a cierta colega de labor, joven también, repleta de planes y al
sobresalto del que me habló, con la voz serena y la mirada perdida, de la enfermedad
llegando cuando también comenzaba su vida en la Universidad, del miedo del no
poder lograrlo, de la ayuda de sus compañero de aula, de la dieta de los
demonios, becada, lejos del calor de los suyos: sola.
Me
viene igual a la cabeza la experiencia de mi propio tío: cuarentón,
hipertenso, queriendo hacer y sin poder, perdiendo junto al peso corporal las
ganas, cuidando como niño pequeño cada rasguño en la piel, “porque el médico me
explicó, si se complica, es más difícil cicatrizar por la misma diebetes”, con
mirada de alarma y aprendiendo – me decía- aprendiendo a vivir de otra manera.
Igual
tengo otras historias en la cabeza, me van llegando mientras escribo y son
tantas, pero tantas, que me cuesta creer cuánta gente conozco que
vive cotidianamente combatiendo a la diebetes mellitus; muchos, como
pacientes; otros, como parte de la familia que ayuda, alienta, consuela y
sufre, en silencio, pero sufre mucho.
Así
conocí a Conchita, que hablando conmigo de su hermano con úlcera de pié
diabético casi que comienza a llorar y me decía: “yo soy doctora y me he
pasado la vida hablando del tema pero qué va, esta experiencia ha sido
terrible, ver a mi hermanito pasar por eso, hacer el tratamiento casi con
él, las curas con el Heberprot-P, ha sido muy duro”.
No
puedo dejar de mencionar a Yolanda, mi querida vecina, madre amantísima y
esposa sin quebrantos que fue mujer de altura y murió chiquita, ciega, sin
piernas…y todo, por culpa de la diebetes mellitus.
Es
un mal feroz, un daño irreversible que se controla, pero no se va;
acompaña en silencio y al menor descuido, te arrastra. Parece cosa de locos, pero lo verdaderamente lacerante es cómo se va entronizando, cómo hábitos
de vida saludables, atención constante y no permitirse excesos de ningún
tipo parecen ser la única solución humana para no llegar a padecerla.
Lo
triste, no obstante, sigue siendo el discurso “del cubano” y es que
escucho a más de uno en las calles dar alguna palabrita
de aliento al que padece y hacer mutis, mirar al otro lado, no querer ver lo
que está delate porque “total, eso no me va a pasar a mí” y seguir andando.
Sí,
es un mal difícil, las claves, están; sin embargo, no alcanza; las
autoridades de salud pueden hastiarse de repetir, los dolientes, de contar sus
historias, la solución sigue estando en cada cual, en entender el desafío,
cuidar la vida, no perder el rumbo.